DATOS PERSONALES

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* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

lunes, 3 de septiembre de 2012

Parece que tampoco esta vez La Nación va a publicar mi artículo de agosto en agosto. Así que se los dejo aquí. Que lo "disfruten"....
Fernando A. Iglesias



El sueño de la verdad engendra monstruos

Resulta difícil establecer cuál de las dos grandes afirmaciones de la cultura tanguera describe mejor la política nacional. Cierto es que las disputas por el control del subte parecieron regidas por el “Mentira, mentira…”, de Gardel y Lepera. Sin embargo, no es justo olvidar que las recientes elecciones de octubre fueron determinadas por el anónimo “Mentime, que me gusta”. Sabrán ustedes disculpar reflexiones tan desperdigadas en momentos en que el stalinismo-débil incumbe, pero no es usual que las publicidades gubernamentales se llenen de cartelones que cruzan la pantalla con la palabra MENTIRA; ni que cada crítica deba ser respondida por el Gobierno mediante un ataque directo contra la credibilidad de su enunciador y el envío de la AFIP. En efecto, a pesar de su ostensible derrumbe frente a las magnificencias de la Argentina K, en los países civiles los debates sobre la pobreza suelen empezar por el análisis de la información de los institutos estatales. Aquí, no. Aquí, en la Argentina de la reconstrucción del estado, lo reglamentario es emplear la primera media hora discutiendo si los datos del INDEC son certeros, falsos, o simplemente surrealistas.
De manera que la cuestión de la verdad y la mentira, siempre presente en la política de todas partes, se ha instalado aquí en el lugar central del debate: ¿quién lo dice?, ¿a quién ayuda o perjudica lo que dice?, ¿de qué vive?, ¿quién le paga? se han transformado en las cuestiones centrales, quedando la veracidad de lo que se afirma –es decir: su ajuste a los hechos- relegada a un rol secundario; un tema para pueblos en decadencia como los suecos y alemanes. Semejante desapego por la realidad, semejante rechazo por la lógica, semejante vocación por el realismo mágico -aplicado siempre con entusiasmo a la política nacional y jamás a la decisión de comprar un lavarropas- no es casual. Los políticos argentinos nos prometieron que levantarían las persianas de las fábricas y acabarían con el pacto sindical-militar, y terminamos en la hiperinflación, la obediencia debida y con Alderete a cargo del Ministerio; dijeron que traerían la revolución productiva y batimos todos los récords de desocupación; llegaron al poder auspiciando más Convertibilidad y menos corrupción y nos dejaron la Convertibilidad implosionada en medio del escándalo de la Banelco; dijeron que quien había depositado dólares recibiría dólares, y recibieron pesos… etcétera y etcétera. Para no hablar del presente: una redistribución de la riqueza que ha ido a parar a los bolsillos de unos pocos; una nueva política que consiste en la combinación de la intolerancia de los Setenta, la obsolescencia tecnoeconómica de los Ochenta y la corrupción de los Noventa, y un país en serio cuyo gobierno se parece cada vez más a la murga carcelaria del Vatayon Militante, encabezada por el director del Servicio Penitenciario Nacional.

Pero quería hablarles yo de Víctor Hugo. No el de Los miserables. O sí, pero el otro. Y era para decirles que sí, que es cierto que los políticos argentinos, queriéndolo o no, nos han mentido, pero que tampoco es la política argentina la que está basada sobre la mentira sino la entera sociedad nacional. Lo de Víctor Hugo es una simple anécdota en la larga marcha hacia el desastre de un gobierno, el de los Kirchner, cuya principal capacidad simbólica ha sido la de permitir a la sociedad argentina olvidar sus responsabilidades en la Historia y adoptar su lugar preferido: el de víctima impoluta de una conspiración.  “Las cosas que nos pasaron a  los argentinos”, decía Néstor, y abría los brazos en señal de impotencia y resignación ante sucesos evidentemente relacionados con la conducta perversa de los aborígenes de Birmania. “Las cosas que nos pasaron a  los argentinos” decía, y nos habilitaba a la propia autocompasiva absolución. ¿Cómo podía resistir la tentación una sociedad que se había imaginado revolucionaria, dormido genocida y despertado defensora de los derechos humanos? ¿Y por qué habría de hacerlo si dos usureros que se hicieron ricos lucrando con la 1050 se presentaban ahora como héroes de la lucha contra la dictadura con la complicidad de los verdaderos héroes: las organizaciones de derechos humanos?
Ha sido éste el truco crucial del kirchnerismo, magistralmente concebido para la sociedad del “yo no lo voté”: desligar los hechos de sus causas, aliviarnos de las responsabilidades, otorgarnos la credibilidad de las almas bellas, facilitarnos el acceso a otra vuelta de tuerca de nuestra propia decadencia sin necesidad de ningún mea culpa.
No fueron sólo los commodities. Bajemos el cuadrito, y Videla no ha sido nunca presidente, ni nadie jamás lo ha apoyado. Incorporemos a todos los menemistas y duhaldistas disponibles al gobierno de la revolución nac&pop, y aquí no ha pasado nada. Estaticemos YPF y Ciccone, y tapemos con tierra la montaña de excrementos. Y, sobre todo, hablemos mucho de memoria, ya que carecemos completamente de ella.  Chi ha avuto, ha avuto. Chi ha dato, ha dato. Scurdámmoce o passato! Mentira sobre mentira, para tapar mentiras anteriores. Total, vamos ganando. Total, somos derechos y humanos. Total, hace años que los aguafiestas nos dicen que la Convertibilidad es insostenible en el largo plazo, y nunca pasa nada…
Pero yo quería hablarles de otra cosa. Yo quería decirles que es por todo esto que la denuncia de la miserabilidad de los miserables, -es decir: la puesta evidencia de una realidad de la cual todos somos responsables, y no sólo los militares y los políticos- no es anecdótica sino esencial para la construcción de una sociedad mejor, capaz de enfrentar la realidad y sus dilemas y responsabilidades. Para decirlo parafraseando autores prestigiosos, yo quería afirmar, de una vez y por todas, que en la Argentina y en cualquier lugar del mundo el sueño de la verdad engendra monstruos. Y los tenemos allí aunque no queramos verlos.
Aunque nos digamos –y nos digan cada día- que al fin de cuentas el diablo de la mentira no es tan malo, allí está de nuevo. Incólume, impune, prepotente. Decidido a ir por todo. Delante de nuestras narices.

Fernando A. Iglesias